septiembre 24, 2009

UN ESPACIO POLÍTICO EN LA BIBLIOTECA



Toda sociedad posee una organización que entre otras es determinada por sus instituciones sociales y culturales. Una institución social es una estructura organizada y estable de valores, normas y procedimientos que integran a un grupo de personas con la finalidad de satisfacer una necesidad social. La institución es el mecanismo con que la sociedad organiza, orienta y realiza las actividades que llevan a satisfacer sus necesidades humanas y a aportar valores o significados culturales. Así pues, se concibe como institución social a la entidad o práctica que genera una sociedad para que desempeñe un servicio específico.

Según lo anterior, se asume a la biblioteca como una institución social en tanto que entidad universal, y a los distintos tipos de bibliotecas como organismos sociales concretos, y según la concepción del teórico en Bibliotecología Jesse Shera, como organismos de comunicación gráfica.

La biblioteca realiza actividades que contribuyen a la creación y transmisión de valores o de significados, cuyo fin es modelar el comportamiento social mediante la formación de las personas y ciudadanos comprometidos, críticos y participativos (esto especialmente en las bibliotecas públicas y populares) a través de la lectura y por medio del libre acceso al conocimiento contenido en los registros gráficos.

Una institución como la biblioteca con lleva necesariamente a procesos de transmisión y comunicación, acontecimientos fundamentales para la conformación y supervivencia de las comunidades, independiente de cualquier jerarquía establecida dentro de ella, por ello retomando a Baugarten para quien “toda cultura implica comunicación; pero la comunicabilidad universal entre los hombres, con independencia de rango social, capacidad intelectiva o habilidad técnica, no viene dada por el juicio científico, sino por el juicio de gusto estético. O sea,: no por un juicio objetivamente universal y necesario, sino por un juicio que es condición de posibilidad de aquél y, por ende, ontológicamente previo, o sea: por un enjuiciamiento universalmente válido y valorativo”[1]. La biblioteca una institución totalmente estética, que se virtualiza por medio de acontecimientos constantes que en ella confluyen, tanto de los usuarios como de la misma biblioteca.

En el cumplimiento de su misión, la biblioteca es la institución social llamada a orientar a la comunidad hacia la información y a la información hacia la comunidad, y a capacitar a ésta para el manejo y aprovechamiento racional de los recursos tecnológicos e informacionales. Es por ello que la biblioteca está en un constante desarrollo, dado que se encuentra ligada al ser del hombre, en la medida en que almacena el conocimiento bibliográfico, pudiendo así proporcionar las condiciones necesarias para satisfacer las necesidades de los lectores, además en ella se puede dar y se da el autoconocimiento del espíritu humano objetivado y permitiendo su desarrollo[2].

La Biblioteca se constituye, para los bibliotecólogos[3] en la actualidad, como un lugar que propicia el encuentro de situaciones, contacto o acciones conjuntas entre individuos de distinta cultura; ella ha dejado su función primera de bodega para libros, pasando por la clasificación y organización de documentos, la sistematización y disposición de los registros gráficos, y la evaluación de colecciones, para convertirse en un espacio donde se posibilita como un lugar de encuentros, y en ella se vive la vida pues se dan siempre a cada instante acontecimientos en los cuales los usuarios (haciendo aquí una ligera y muy respetuosa alusión al término espectadores de Felix Duque referente muy coloquial de transeúntes o viajeros, e incluso se pude hacer alusión a los viandantes) generan una interacción comunicativa con la otredad, con lo diverso, con las diferencias económicas, sociales, culturales y étnicas. Aquí podemos hacer alusión a uno los procesos más complejos de las bibliotecas, los estudios de usuarios y de comunidad. Cada unidad de información bibliotecaria esta enmarcada bajo unas políticas institucionales, unas necesidades producidas por el entorno, un desarrollo de colecciones específico según su tipología, y por supuesto unos servicios que deben satisfacer las necesidades de sus usuarios.

Al momento de dejar la mirada tradicional (especialmente la concepción de la biblioteca universitaria o especializada), ella se presenta como “el espacio de los merodeadores, de los paseantes, de lo mirones desocupados a la espera de ver cumplirse la naturaleza glauquica de lo urbano, hecha de ladrillos y de puntos de focalización efímera: luces de neno, escaparates, pero sobre todo acontecimientos inopinados, como una pelea, cualquier hecho extraño, el objeto llamativo encontrado por azar, un encuentro o reencuentro casual, acoso un accidente, todo aquello de lo que se puede luego relatar en términos de: de pronto”[4].

Por “el hecho de que nuestra existencia sea forzosamente espacial tiene, sin duda, que ver con el hecho de que somos cuerpo(s), de que ocupamos lugar. Pero ocupar lugar es sólo posible porque hay un lugar que ocupar, nuestro cuerpo mismo es espacio, espacialidad de la que no podemos liberarnos”[5], y las bibliotecas ocupan un espacio físico dentro de las arquitecturas de las urbes, las ciudades, lo pueblos, e incluso en algunos casos muy concretos incluso de las residencias de lo sujetos.

Los grupos que forman comunidad, se hace énfasis en este caso de las culturas occidentales, han tenido sitios característicos en su consolidación espacial, en los monumentos arquitectónicos que crean pues pertenecen a “una cultura material, al disponer las cosa en orden a crear ciertos espacios, establece las condiciones – especie de aprioris precarios y provisionales – para que tal o cual acontecimiento “tenga lugar”, y del acontecimiento sólo sabemos, en definitiva, por las huellas que ha dejado en el espacio, por el espacio que ha constituido con esa suerte de “decoración” cultural. Es, sin duda, en este aspecto en el que el espacio se nos aparece como algo –incluso excesivamente- cercano, con el conjunto de formas de estilización de la existencia configuradas por los diferentes muebles e inmuebles (en sentido lato) que lo pueblan”[6]. Es así como al ir armando esa comunidad hay elementos que se podrían denominar aquí como característicos como son las iglesias, los hospitales, las escuelas, y entre muchos otros incluiríamos las bibliotecas.

La biblioteca por esencia, y sin hacer mucho énfasis en los grandes aporte arquitectónicos bibliotecarios como los brindados por Aalto[7], se constituye como un espacio multicultural pues sus agentes son reconocidos como diversos, y a la vez propicia la interculturalidad. De esta manera la biblioteca permite el contacto entre la malla de significados o sentidos propios de la cultura, posibilita además, la comprensión de los sentidos que tienen las cosas y objetos para los otros. La Biblioteca logra la comunicación intercultural “cuando se llega a un grado de comprensión aceptable para los interlocutores, es decir, cuando los interlocutores son capaces de comprender acertadamente lo que unos y otros quieren decir, porque comparten significaciones en un grado suficiente o muy profundo. La búsqueda de la eficacia intercultural conduce a crear competencia comunicativa: poder sentirse competente para comunicarse con los otros miembros de otra cultura”[8].

El monumento biblioteca es creado en la mayoría de los casos por necesidades comunitarias, intereses privados y/o por administraciones de poderes oficiales que necesitan consolidar grupos para saciar cierta necesidad educativa, sin embargo la erección de dicha institución y su funcionamiento en el que hacer diario, donde se confluyen los diversos acontecimientos y virtualizaciones de ella misma y sus usuarios; esta biblioteca se convierte en una institución que brinda un espacio de interacción, unión, comunicación intercultural pero también como comunidad de lectores, de agentes culturales y de promoción social está llamada en el mundo global a recuperar su poder de unir mentes, proyectos y acción pública, mediante procesos de alfabetización, cuya acción no se limita a la enseñanza de la lectura y la escritura, también abarca la alfabetización política, cultural, científica y tecnológica. De esta manera, esa práctica realizada por ese espacio de encuentros y creación, como es la biblioteca, se convierte a la manera de Martín-Barbero en “práxis educativa que devuelve a los hombres su derecho a decir lo que viven y sueñan, a ser tanto testigos como actores de su vida y de su mundo”, pues es cierto que “el analfabetismo se revela como consecuencia estructural de un sistema injusto que domina excluyendo a las mayorías de aquel espacio cultural en que se construye la “participación-acción”[9].

El espacio de la biblioteca debe ser asumido y concretamente posicionado como diría Pardo en un espacio subjetivo. En donde el “espacio subjetivo, pensamos, sólo existe para nosotros, es decir, como correlato de nuestras viviencias, no es objetivo pues no está lleno de objetos sino de significaciones, las que nosotros otorgamos a las cosas y enseres que lo pueblan al nombrarlos y percibirlos, está siempre lleno de sentido, de perspectivas, de escorzos, puntos de vista, proximidades, distancias, lejanías y relaciones que sólo para nuestra conciencia tienen sentido y que no serían mensurables en términos físio-(geo)-métricos.”[10]

Todo lo anterior nos revela la importancia de la Biblioteca como monumento que deja huella, y “( )...los monumentos (y con ellos las plazas, los jardines y los parques) forman parte de un triple modo de espaciar, de “hacer sitio” público y de “hacerle sitio” al público”[11], en este caso en particular a los usuarios. La biblioteca puede convertir su acción en una verdadera praxis cultural donde la comunicación, la lectura y la cultura se construyen en proyectos políticos de integración e identificación de las comunidades, esos espacios representan la posibilidad de la participación, la libre expresión y la creación cultural de una localidad, región o país para construir y reconstruir su propia realidad.

No obstante, la Biblioteca como agente dinamizador no puede estar sola en su rol intercultural y comunicador, el profesional en Bibliotecología está directamente encargado de generar otros sentidos con su acción, pues “si los hombres transforman el mundo al pronunciarlo, al decir la palabra, el diálogo se impone como camino por el cual los hombres ganan significación en cuanto hombres”[12].

Los bibliotecólogos y las bibliotecas deben hacer frente a los nuevos espacios que confluyen en su que hacer, como lo son las bibliotecas electrónicas, digitales y virtuales, así mismo los fenómenos globales económicos, en palabras de Felix Duque “la expansión planetaria del Mercado, que ha invadido la esfera cultural –antes tan elitista- de tal modo que nadie le extraña oír hablar ya de “industria cultural”[13].

Urge la necesidad de que los bibliotecólogos amplíen el espectro de análisis, actitud y producción investigativa en torno a la apropiación y producción de tecnología dentro de su disciplina en el mundo de hoy, pues la profesión puede generar el diseño de programas de cooperación y colaboración institucional entre estudiosos, investigadores y entre la misma comunidad bibliotecológica, en torno a la apropiación y producción de tecnologías y además, contribuir al intercambio de información y a propuestas de innovación tecnológica en diferentes medios.

En este sentido, las palabras de Alejandro Parada revelan una denuncia y una urgencia para que los bibliotecólogos emprendan el reconocimiento de sus características esenciales pues, dice el autor, “si no recobran la dimensión social de la profesión y fuerzan con ello al necesario equilibrio con la nueva visión empresarial-pragmática que hoy impera en muchas entidades nuestro quehacer perderá su cuota de humanidad y solidaridad, y estará condenado a vegetar como otro tecnicismo más, o en todo caso, como una profesión ancilar y sin personalidad alguna. Debemos, pues, velara por ”una Bibliotecología no fundada sobre el elitismo y la hegemonía, sino sobre la comunidad, la resistencia y el progreso”[14].

La Bibliotecología no puede desconocer el impacto de las nuevas tecnologías, el avanzado proceso de globalización al igual que la interconexión que trajo la Internet y los nuevos referentes culturales que ello ha propiciado; pues, la cibercultura representa la creación de nuevos espacios, sentidos, símbolos, interacción y comunicación mediatizada. En ese ámbito virtual, en el atmósfera de la red se establecen las nuevas construcciones sociales. En consecuencia, la reflexión que puede aportar el profesional en Bibliotecología, en torno a la cibercultura debe ser sobre la posición asumida por las personas usuarias de la red para que no se pierdan como seres sociales, políticos y culturales en el mar cibernético de las mediaciones.

La Bibliotecología debe redimensionar este espacio virtual como una de tantas posibilidades de interacción, conversación y acción de las personas; pero sin olvidar que debe seguir expandiendo aún más su acción educativa, social y de promoción cultural en otros medios que no están en el ciberespacio sino en la realidad social; pues para nadie es desconocido que la red está limitada sólo a un porcentaje de la población.

La Bibliotecología debe preguntarse ¿cuál es la esencia de su quehacer, qué valores y cuál es el papel cultural que va a asumir ante la invasión del paradigma tecnoeconómico? En este caso es vital que recupere su esencia cultural y socio-política, al igual que su compromiso con la comunicación utilizada para hacer surgir al mundo como horizonte de palabra, como la forma de interconectar efectivamente las personas, como una experiencia del convivir, de la solidaridad; para que ella sirva al desarrollo socio-cultural, al encuentro con otros mundos, otras culturas ya que sólo a través de la comunicación logra sobrevivir la cultura.

La Biblioteca es un monumento que contribuye a la reorientación y reorganización del espacio político: uso cultural del libro y del saber, redimensionando la comunicación y la transferencia como unión de mentes humanas que se construyen por medio de registros gráficos, a la manera de decir de Shera, sirviendo de puente y motor del avance tecnológico y la formación de un espíritu investigativo y científico; preservando el conocimiento, a la vez que propende por el desempeño de los profesionales como gestores culturales, sociales y políticos.

BIBLIOGRAFÍA
[1] DUQUE, Felix. Arte público y espacio político. Madrid : Akal, 2001. p. 78
[2] RENDON ROJAS, Miguel Ángel. La ciencia bibliotecológica y de la información ¿tradición o innovación en su paradigma científico?. En: Investigación Bibliotecológica. México. Vol. 14, no. 28 (ene.-jun., 2000); p. 39-40
[3] Hecho que se debe recalcar, pues lo importante y trascendental no es que los bibliotecólogos lo perciban y se hagan consientes de esto, lo que es representativo es el lograr que sean las profesiones y personas externas a la profesión que sean consientes de ello.
[4] DELGADO, Manuel. Ciudad líquida, ciudad interrumpida. Medellín : Universidad de Antioquia, 1999. p.134
[5] PARDO, José Luis. Las formas de la exterioridad. Valencia : Pre-Textos, 1992. p.16
[6] Ibid., p. 16-17
[7] Alvar Aalto, arquitecto finlandés. Quien es uno de los más importantes representantes del Movimiento Moderno de arquitectura, construyó la biblioteca de Viipuri que, supuso toda la innovación en la concepción de lo que es la arquitectura bibliotecaria. Las soluciones que propuso, hoy ya normales, fueron absolutamente novedosas en su tiempo; el edificio en sí mismo, su concepción de espacios y su distribución, su mobiliario y el estudio de los condicionantes medioambientales, de decoración, entre otros, hacen de esta biblioteca un ejemplo que significó todo un nuevo enfoque de las bibliotecas en el siglo XX.
[8] AUSTIN MILLÁN. Tomás R. Comunicación intercultural. [En línea]. URL: http://tomaustin.tripod.cl/intercult/comintuno.htm (Consultada el 10 Marzo de 2003)
[9] MARTÍN-BARBERO, Jesús. La educación desde la comunicación. Buenos Aires : Norma, 2001. p. 40
[10] PARDO, José Luis. Op. Cit., p. 20
[11] DUQUE, Feliz . Op. Cit., p. 112

[12] FREIRE, Paulo. Pedagogía del oprimido. México: Editorial Siglo XXI,1979. p. 98
[13] DUQUE, Feliz . Op. Cit., p. 110
[14] PARADA, Alejandro. Bibliotecología y responsabilidad social. En: Revista Información, Cultura y Sociedad. Buenos Aires. No. 1, (1999); p. 70

(Diciembre 2004)

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