noviembre 15, 2009

FARMACIA Y BIBLIOTECA



“Las palabras, si no lo saben, se mueven mucho,
cambian de un día a otro, son inestables como sombras,
sombras ellas mismas, que tanto están como dejan de estar,
pompas de jabón, caracolas que apenas dejan oír la respiración,
troncos cortados”
Saramago


Las bibliotecas son comparadas constantemente con los templos, ella, la biblioteca alberga en sus anaqueles el conocimiento de la humanidad, la luz. Pero, en realidad ella guarda una cantidad de drogas, venenos, y remedios; en los libros. Dichos espacio <>, cargar constantemente esa droga (fármacon), como Fedro, “Ese fármacon, esa <>, ese filtro, a la vez remedio y veneno, se introduce ya en el cuerpo del discurso con toda su ambivalencia”[1]. La biblioteca toma una nueva mirada, empieza a dejar de verse como un lugar sagrado, y empieza a tornarse más como una farmacia.

Si bien, la biblioteca es el lugar por excelencia donde se ha depositado la memoria escrita de los hombres, ella está íntimamente relacionada con los textos escritos, y le atañe en gran medida los problemas que conciernan a la escritura como el <>.

Esa asociación de la escritura y del fármacon parece aún exterior; podría considerársela como artificial y puramente fortuita. Pero la intención y la entonación son ciertamente las mismas: una sola, y la misma sospecha envuelve, en el mismo gesto, al libro y a la droga, a la escritura y a la eficiencia oculta, ambigua, entregada al empirismo y a la casualidad, operando según las vías de lo mágico y no según las leyes de la necesidad. El libro, el saber muerto y rígido encerrado en los biblia, las historias acumuladas, las nomenclaturas, las recetas y las fórmulas aprendidas de memoria, todo eso resulta tan ajeno al saber vivo y a la dialéctica como el fármacon resulta ajeno a la ciencia médica. Y como el mito al saber. (La farmacia de Platón. p. 106)


Con los registros escritos del hombre se debe de tener cuidado, pues como es planteado por Platón la escritura es un “poder oculto y, por consiguiente, sospechoso”[2]. La escritura puede ser un veneno, a la vez que una droga. Entonces, se nos es permitido dudar y plantear otro postura en la cual se especule que el hombre con la escritura adquiere una herramienta, la cual cree poder consultar en cualquier momento, y así no tener que seguir utilizando su propia memoria, deja afuera lo que debería estar adentro. Ella, la escritura es generadora de opinión más no de ciencia; “el fármacon produce el juego de la apariencia a favor de cual se hace pasar por la verdad”[3]. Con la escritura el hombre se torna olvidadizo, deja de ejercitar la memoria y empieza a confiar en las huellas del exterior, esto lo conduce al lado de lo inanimado, poco a poco todo estaría escrito allí, al acceso fácil, rápido e incalculable, por tanto el hombre pasa del saber al no-saber.

En muchas oportunidad el hombre consigna con tal certeza de perdurabilidad o inmortalidad, su ser, sus ideas, su saber o su sentir, en algún registro escrito, que no pone en duda la finitud, incluso, de los diversos soportes que ha creado para la escritura. Se olvida que “la memoria es por esencia finita. Platón lo reconoce atribuyéndole la vida. Como a todo organismo vivo, ya lo hemos visto, le asigna límites. Una memoria sin límite no sería además una memoria, sino la infinidad de una presencia en sí.”[4] El hombre trata incansablemente de alcanzar una supuesta permanencia en el tiempo, sin embargo, ella depende de algo totalmente finito y sin alma. Debería recordar con más ahínco que “la escritura no es la repetición viva del ser vivo”.

El hombre ha tratado incansablemente de alcanzar su inmortalidad, su permanencia en el tiempo, con la escritura como regalo de los dioses, disimulo su finitud y se cree vivo. Es importante resaltar aquí que en sí, solo ha accedido un fármacon, el cual presenta y oculta la muerte, somos finitos y en muchas oportunidades nos asalta la partida con la ilusión de pertenecer a la especie que es infinita, por dejar su huella escrita en paredes, piedras, libros o bits.

Se confirma a continuación que la conclusión del Fedro es menos una condena de la escritura en nombre del habla presente que la preferencia de una escrita a otra, de una huella fecunda a una huella estéril, de una simiente generadora, porque depositada en el interior, a una simiente desperdigada en el exterior en pura pérdida: a riesgo de la diseminación. Esto al menos es supuesto para aquello. Antes de buscar su razón en una estructura general del platonismo, sigamos a ese movimiento. (La farmacia de Platón. p. 227)


La escritura, así mismo los libros, será como la farmacia o la biblioteca, un remedio y un veneno.




[1] La farmacia de Platón. Primera versión publicada en Tel Quel (núms. 32 y 33), 1968. p. 102
[2] Ibid., p. 144
[3] Ibid., p. 154
[4] Ibid., p. 163


(Febrero, 2007)

1 comentario:

  1. Excelente artículo..
    saludos afectuosos!!
    podrías enviarlo al foro!!
    richardebury@gruposyahoo.com.ar

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