mayo 14, 2011

Decirlo … ¿cómo?



A mi amiga Orlanda, pues solo se me ocurre decirlo así.


A veces, solo a veces, nos cuestionamos ante obras literarias como Los Ejercitos de Evelio Rocero. Y nos hacemos preguntas desde posturas éticas, políticas, sociales, para llegar a la conclusión de que aquella situaciones se dan para que nos cuestionemos porque su desgarrada descripción no es más que el reflejo de una condición de guerra que se vive desde hace tiempos.

Hablamos unos y otros de todas las historias vividas por los cercanos, los lejanos y los leídos. Sin embargo, aún sin estar inmersos entre balas, sangre, granadas o desapariciones; podemos encontrar los mismos sentimientos, preguntas y respuestas desde la acción de un día cualquiera de nuestro quehacer, por ejemplo el de un bibliotecólogo.

Como Ismael, nuestro trabajo puede convertirse en un ser de muchos años sentidos en la piel y el espíritu, donde nuestra labor bibliotecaria se siente como un siglo acumulado. Se tiene un lugar de trabajo como un hogar; a él nos entregamos, lo habitamos día a día y convivimos con ese amor por ella, Otilia, la que es nuestra filosofía, nuestros ideales, la episteme bibliotecológica.

Con un voyerismo deleitante vemos una nueva propuesta en esa, la filosofía de la empresa que dispone los tempos de intervención bibliotecaria. Sus políticas las vemos como nacientes, seductoras; las consideramos más jóvenes. Estas posturas de bibliotecas las vemos como una Gerladina. Y logramos pensar que en esa empresa se pudiera crear unos nuevos centros de información, con otra visión más acorde a estos tiempos, con posibilidades para la disposición de nuevas herramientas. Creemos que el mundo de la información, ese que nos palpita en la sangre, es la fuente principal de nuestro impulso profesional, habita y se reinventa en ella, Geraldina. Ella que se tongonea desnuda ante los ojos, dispuesta a ser la nueva Lilith. Como Ismael diríamos que “siempre lo joven y desconocido es más hechicero”.

Pobres de nosotros, bibliotecólogos sin fuerza, miopes de contenido que entramos en proceso de contemplación, encantamiento, en discursos acomodados a los requeridos; poco a poco idealizamos esa imagen. Otilia nos advierte desde el fondo de nuestro ser, nos hace dudar, pero nuestro impulso, sueños o ilusiones, hacen que sus palabras sean un eco no escuchado.

En el camino emprendido, un día laborado se puede convertir en un decenio, nuestro cuerpo, sabio de por sí, da indicios de que nuestros pasos van dándose por caminos que nos harán sangrar y causarán dolor. La rodilla empieza a flaquear, como la de Ismael. Y vamos en búsqueda de nuestro médico o mentor, de nuestro Claudino, sabio de por sí. Él nos da un tirón y nos invita a reposar. Tercos, irresponsables y con el ego por delante, caminamos otra vez por la ausencia momentánea del dolor, ese que antes nos impedía dar los pasos.

Y creamos, inventamos y presentamos una cantidad de proyectos a esa, la empresa. La mayoría son retenidos en una plaza por los grupos de evaluadores, comités como ejércitos, propuestas acorraladas por entes de ley, controladores. Ellos, los entes, hacen preguntas constantes, muchas irracionales a nuestros ojos y oídos, con gran necesidad de papeleo. Como responsables nos acomodan en el mismo lugar y nos piden más papeles, incluso los nuestros. Algunos proyectos los dejan salir, pero imposible entender el porqué y conocer el método para que todos tengan la misma fortuna. Y uno se queda de pie, mirando, tenso y esperando poder tener esa posibilidad, pues sabe que la vida de los ideales de formación de usuarios, desarrollo de colecciones, fomento de lectura y servicios, depende del salir de la plaza central.

Sin darnos cuenta o dándonos toda la cuenta, empezamos a ver lo que les acontece a los otros, nuestros colegas. Y vemos como se los van llevando, escuchamos rumores entre pasillos, donde cuentan que les dan un valor salarial diferente, un cargo mayor con menos responsabilidad, una deuda eterna o subsidios para los hijos y una vida acomodada en bienes. Todo esto para que sus trabajos apunten a una filosofía empresarial, con proyectos que de una u otra forma den cuenta de lo necesario. Y vemos como los doctores de cuellos blancos y lejanos, le dan a Geraldina unas pastillas para que pueda dormir, pues a ella la han ido despojando, los mismos ejércitos, de sus fuerzas, programas y servicios. Miramos horrorizados, pensando si eso nos irá a tocar también a nosotros.

Sin darnos cuenta o dándonos toda la cuenta, nos hacemos conscientes de que ella ha desaparecido. Sí, nuestra filosofía, nuestra Otilia ha salido a buscarnos desesperada. Y emprendemos un recorrido buscando la esencia, la pasión, los ideales, nuestro amor, nuestra Otilia. Transitamos por calles, esas que construimos nosotros mismos desde la academia, pero se vuelven irreconocibles, sabemos que ella está en el fondo, pero la buscamos, damos paso y solo encontramos el rastro. Todos nos dan pistas: - Ella paso por acá buscándole.

Como a Ismael “un silencio idéntico a la niebla nos cierra las caras, por todas partes”. Buscamos lo que hace parte de nosotros, lo que eran nuestros ideales, lo que amamos. Buscamos y buscamos en medio de la devastación postmoderna y neoliberal que acorrala el entorno, la guerra que se libra segundo a segundo.

Por azares del destino nos encontramos con ese viejo amigo, sabes que él ocultó mucho para poder ser alguien en el medio, pero la transparencia es vital para poderse sentir. Surge la voz tenebrosa con un: -cuidado con lo que dices, lo que hablas, calla, calla, calla.

Y sabes muy bien que él, el Cura tenía razón: -“ya no tenemos derecho a los amigos”. Un amigo puede significar filtración de información, aliados o lo peor: alianzas y fuerzas en común.

Hay nuevas directrices, surgen extrañas situaciones, sin pensarlo nos encontramos en medio de balaceras normativas, las cuales surcan y acribillan lo conocido, lo soñado, lo creado. Damos pasos y encontramos algunos de aquellos que están a tu cargo, que sin más clemencia que la brindada a Celmiro por sus hijos, han de darte un poco de comida ante tu postración, para dar la espalda, argumentando que luchan por la supervivencia.

Los que te conocieron cuando ella, Otilia, habitaba en ti y caminaba a tu lado, te dicen que la encontrarás, que la recuperarás… ella volverá… pero la sigues buscando. Ante los asesinatos constantes de muchas de las construcciones colectivas, todos te insisten en que debes retirarte, para seguir vivo hay que irse, para poder empezar de nuevo hay que partir. Y es allí donde Ismael sabe que sin Otilia, partir es estar muerto. Cómo caminar y dejar lo que construiste sin tu esencia, esa que está desaparecida por andar buscándote.

Una que te ama, pues con tus pasos le enseñaste a volar, se considera como una extensión de tu pensamiento, una hija, albergada en un vientre académico y parida por la misma filosofía, por Otilia. Fecundada por tus pasiones, como el semen de Ismael.

Ella, la hija, habita el mundo y transita por tus mismas historias laborales, ha creado otros modos de existir, al crear su hogar en un lugar cercano al tuyo, pero que se puede sentir como un espacio que la ha adoptado por hija.

Ella, sin entender tu camino a la muerte, desesperada te pregunta por su madre, por Otilia. Cuestiona constante desde las letras, suplica, clama por su padre y su madre. Gritos a oídos sordos. Palabras lanzadas a un viento, porque, tratas de hacerle creer que todo está bien, pues cómo enseñarle tu condición humana, esa, la que huele a miedo, a temor, a dolor, a la laceración, a perdición y al suicidio.

Así, en el silencio ensordecedor del interior, un bibliotecólogo puede caer en un camino que sabe lo llevará a su propio fin, diciéndose a sí mismo en su fuero interno que “la atmósfera, de un instante a otro, es irrespirable; puede que llueva al anochecer, un lento desasosiego se apodera de todo, no solo del ánimo humano, sino de las plantas, de los gatos que atisban en derredor, de los peces inmóviles; es como si uno no estuviese dentro de su casa, a pasar de estarlo, como si nos encontráramos en plena calle, a la vistas de todas las armas, indefensos, sin un muro que proteja tu cuerpo y tu alma…”


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